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España cuenta con una red de centros de investigación que permite a las pequeñas y medianas empresas invertir en investigación e innovación, proporcionando apoyo e infraestructura para facilitar a esas entidades el desarrollo de nuevas tecnologías para un mundo en continuo cambio.

Su cuerpo organizativo se conoce como Fedit, y agrupa 67 centros de este tipo en todo el país, algunos de los cuales existen desde la década de 1960.

Durante décadas, España ha funcionado fundamentalmente como un centro de fabricación para el resto de Europa, importando nuevos productos y tecnologías. “Nos dimos cuenta de que, para ser competitivos, necesitábamos mejorar nuestros productos”, afirma Diego Lafuente, Director de la Red de centros Fedit. Pero hasta no hace mucho tiempo, la mayor parte de las empresas españolas eran pequeñas — generalmente familiares — y carecían del capital necesario para invertir en las herramientas indispensables para desarrollar I+D internamente. Por ello, con el fin de competir, las empresas de campos complementarios comenzaron a agrupar sus recursos y a crear instalaciones de investigación privadas. Dichos centros trabajan también en colaboración con las universidades y las administraciones locales.

“Estos centros tecnológicos se crearon de modo que estuvieran cerca del mercado”, indica Ricard Jiménez, Director científico de Ascamm, un centro de investigación de materiales ubicado en Barcelona. “Trabajamos para la industria, realizamos investigación y desarrollo, y el objetivo es vender un producto final”.

Existen numerosos modelos diferentes para dichos centros de colaboración. Por ejemplo, Cidaut trabaja fundamentalmente en los sectores del transporte y la energía, y puede desarrollar nuevas tecnologías para empresas que producen componentes automovilísticos. Los investigadores de los centros tecnológicos también pueden colaborar simultáneamente con empresas que compiten entre sí. En ocasiones, se organizan proyectos de investigación como colaboraciones entre empresas y centros, mientras que en otros casos los centros pueden firmar acuerdos de exclusividad y confidencialidad con una sola empresa.

Al menos el 51% de las acciones de los centros tecnológicos son propiedad de empresas privadas, mientras que el resto puede ser propiedad de universidades o de asociaciones locales y nacionales. Al menos el 40% de la financiación del centro procede de contratos con empresas privadas, y el resto se obtiene de subvenciones locales, nacionales o de la UE, en régimen de concurso. “Es un modelo poco habitual”, comenta Lafuente sobre de la externalización del I+D a centros de investigación privados, “pero funciona”. Los centros cuentan con un excelente historial de creación de patentes, nuevos productos y spin offs , y Fedit ha mostrado también la rentabilidad de las inversiones de I+D para las pequeñas empresas, que en el pasado pueden no haber desarrollado todo su potencial. Un estudio realizado por Fedit revela que el incremento de la inversión privada en I+D en los últimos cinco años puede atribuirse al trabajo de los centros tecnológicos.

Los centros pueden contribuir también a orientar la investigación de las empresas. “Si los centros colaboran con diversas empresas en un campo concreto, obtienen una gran experiencia”, observa Lafuente; y esa experiencia a su vez permite a esos centros tecnológicos anticiparse a las necesidades del mercado. Juan Carlos Merino, Director de Cidaut, está de acuerdo: “Nuestras ideas [de investigación] se generan por el hecho de que trabajamos en el mundo real, cada día, con las empresas”.

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